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Ver Eduardo Manostijeras con un niño o adolescente en el espectro autista: un viaje hacia la empatía, la pertenencia y el ser visto

  • Clinica León
  • hace 3 días
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: hace 1 día



Ver Eduardo Manostijeras junto a un niño o adolescente autista puede ser mucho más que una simple noche de película. Puede convertirse en una experiencia profundamente emocional, un momento de conexión genuina y una puerta abierta hacia conversaciones esenciales sobre la diferencia, la aceptación y el deseo de pertenecer sin dejar de ser uno mismo.


A primera vista, es una película fantástica sobre un hombre con tijeras en lugar de manos. Pero bajo esa superficie hay una historia sensible y conmovedora sobre un alma delicada que quiere conectar con los demás y que, sin embargo, es incomprendida y rechazada por un entorno que teme lo que no puede entender.


Para un niño en el espectro, Eduardo no es solo un personaje ficticio: puede ser un espejo. Eduardo es dulce, sensible, creativo y ve el mundo de una manera única. Pero quienes le rodean lo observan con recelo, con desconcierto, y a veces con hostilidad. El niño puede reconocer en él esa sensación de no encajar, de no entender las “reglas invisibles” de la vida social, de ser malinterpretado incluso cuando tiene buenas intenciones. Y al mismo tiempo, puede reconocer en Eduardo algo de su propia valentía, su sensibilidad, su deseo de ser querido tal como es.


Pero el final de la película es duro. Eduardo vuelve solo a su torre, apartado del mundo que no supo aceptarlo. Para un niño autista—y en realidad, para cualquier niño sensible—ese final puede despertar miedo, tristeza o incluso desesperanza. Aquí es cuando más se necesita la presencia del adulto. No para suavizar lo que duele, ni para distraer, sino para acompañar con empatía y palabras que den sentido.


Se puede decir algo como: “Sí, es un final triste. Las personas no supieron entender a Eduardo, y perdieron a alguien maravilloso. A veces en el mundo real también pasa que la gente no sabe cómo aceptar a quien es diferente… pero eso no significa que esté bien. Solo muestra lo que ocurrió allí.”


Desde ahí, es importante ayudar al niño a diferenciar entre Eduardo y él mismo. No para negar el vínculo emocional, sino para darle perspectiva y esperanza. Puedes decirle:

– “Tú tienes una familia que te quiere, y estamos aquí contigo siempre. No vamos a desaparecer ni a alejarnos solo porque las cosas sean difíciles o porque seas distinto.”

– “La película se hizo en una época en la que la gente no sabía tanto sobre la diferencia. Hoy sabemos más. Tienes amigos, terapeutas, profesores que te entienden. No estás solo.”


El mensaje esencial es este: aunque Eduardo se quede solo, el niño no tiene por qué vivir el mismo destino. Puede sentir compasión por el personaje y, al mismo tiempo, saber que su historia puede ser distinta. Mejor.


También es importante notar que el final tiene un componente inquietante: Eduardo es perseguido, acusado, percibido como una amenaza. Observa las reacciones del niño: ¿se muestra nervioso? ¿se queda callado? ¿parece incómodo? A veces, en esos momentos, lo que más necesitan es que un adulto simplemente esté presente. Puedes decir: “Ese final fue difícil. Estoy aquí contigo. No tenemos que hablar de ello ahora mismo, pero si quieres, podemos retomarlo mañana.”


Tras la película, no hace falta hacer muchas preguntas de inmediato. A menudo, es más valioso dejar espacio, y volver a las emociones en los días siguientes, de manera natural. Por ejemplo, durante una cena familiar, se puede lanzar una única pregunta para que cada uno responda cuando lo desee. El niño también puede elegir solo escuchar, y eso está bien.


Algunas preguntas útiles podrían ser:

– “¿Qué creéis que hacía diferente a Eduardo?”

– “¿Alguna vez sentisteis que no os entendían?”

– “¿Qué se puede hacer cuando alguien se siente solo?”

– “¿Qué os ayuda a sentiros parte de la familia?”

– “¿Os recuerda Eduardo a alguien que conozcáis?”


De este modo, la conversación no se convierte en una tarea, sino en parte de la vida familiar. El niño siente que puede participar, o no, pero que su experiencia emocional tiene espacio.

También podéis utilizar la película como punto de partida para una actividad creativa: dibujar la casa de Eduardo, escribir un final distinto para la historia o imaginar cómo sería un día en el que Eduardo se sintiera aceptado por completo. A veces, el lenguaje artístico permite expresar lo que las palabras no alcanzan.


Y finalmente, lo más importante: el simple hecho de elegir ver esta película juntos. De sentarse a su lado. De observar cómo reacciona, cómo respira, cómo calla. Es una forma de decirle, sin necesidad de hablar: “Estoy contigo. Aunque estés triste. Aunque no tengas palabras. Aunque no entiendas todo.”


Esa forma de mirar, de acompañar, de permitir que el niño sienta lo que siente sin ser corregido o silenciado, es un acto profundo de conexión emocional. Ver Eduardo Manostijeras de esta manera no es solo un entretenimiento. Es una oportunidad para decir: “Te veo. Te valoro. No necesitas esconder lo que eres.”


Y al regalarle ese espacio, le damos justo lo que Eduardo más necesitaba: alguien que se quede. Que no huya. Que le mire y le diga, con ternura: “Te acepto. Tal como eres.”

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