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Cuando el funcionamiento es mas bajo que las abilidades

  • Clinica León
  • 20 jun
  • 2 Min. de lectura

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Para apoyar a una persona en el espectro autista cuyo nivel de funcionamiento no refleja sus capacidades reales, es importante introducir en la vida cotidiana herramientas sencillas pero profundas, que puedan generar un cambio significativo de forma gradual. Una de las más eficaces es establecer una rutina diaria clara, sencilla y predecible. Incluso para los adultos —no solo para los niños— una rutina ofrece sensación de seguridad y regulación. Cuando el día está estructurado de antemano y dividido en actividades, descansos y horarios definidos, se genera una sensación de control, y el cuerpo puede empezar a relajarse.


Dentro de esa rutina, es posible descomponer tareas grandes y abrumadoras en pasos más pequeños y manejables. Por ejemplo, en lugar de decir “¿Por qué no buscas trabajo?”, puede ser más útil dividir ese proceso en etapas: elegir una plantilla de currículum, abrir un documento, escribir la información básica. Cada pequeño paso completado es una victoria, y así la persona empieza a experimentar logros reales, en lugar de enfrentarse a expectativas que en ese momento no puede alcanzar.


La comunicación emocional también es fundamental. A menudo, los familiares intentan animar con frases como “¡No te rindas!” o “Venga, inténtalo”, pero a veces lo más útil es simplemente reconocer la dificultad sin juzgar, y sin apresurarse a buscar soluciones. Cuando una persona siente que realmente la están viendo, incluso en su bloqueo, la motivación para avanzar puede crecer.


También es importante permitir que la persona participe en la elección de sus propias metas. En lugar de orientarla hacia lo que parece “razonable” desde fuera, se le puede preguntar: “¿Qué te gustaría cambiar?” o “¿Qué te ayudaría a sentirte un poco mejor?” Preguntas como estas devuelven a la persona una sensación de control sobre su vida, aunque sea a través de pasos muy pequeños. Otro aspecto clave es reducir los estímulos sensoriales y emocionales que saturan el entorno. A veces, el ruido, las luces brillantes, las tareas imprevistas o los cambios de contexto pueden generar una sobrecarga sensorial y emocional. Se puede observar juntos qué situaciones generan estrés y pensar en adaptaciones sencillas: auriculares con cancelación de ruido, un entorno más tranquilo, o más tiempo para prepararse ante un cambio.


Por último, es esencial volver a situar el disfrute —y no solo el funcionamiento— en el centro. Cuando se invita a la persona a realizar actividades que le nutren —música, arte, juegos, jardinería, paseos regulares, o cualquier cosa que despierte una conexión positiva consigo misma— algo dentro empieza a suavizarse. No hace falta que la actividad sea “útil” o “productiva”; basta con que recuerde que la vida puede merecer la pena.


Reconocer los pequeños logros a lo largo del camino también es fundamental. Una persona que ha salido de casa, ha ido al supermercado, ha contestado una llamada o ha cocinado algo, ha dado un paso importante. Cuando los familiares aprenden a valorar y celebrar estos momentos, empieza a reconstruirse poco a poco una nueva sensación de autoestima.


Al final, el verdadero apoyo no consiste en “empujar” hacia delante, sino en crear una base tranquila, segura, paciente y amorosa. Desde ese terreno firme, la persona puede empezar a florecer —no porque se lo exigieron, sino porque ha vuelto a encontrar un motivo para hacerlo.

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