¿Qué es el Masking en personas autistas y cuál es su coste emocional oculto?
- Clinica León
- 15 jun
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Para muchos niños en el espectro autista, la tendencia a realizar masking (enmascaramiento) comienza a una edad muy temprana, a menudo incluso antes de que puedan poner en palabras lo que sienten. Se perciben a sí mismos como diferentes. No siempre comprenden por qué, pero intuyen que no “captan las reglas” como los demás. Las señales sociales como las expresiones faciales, el tono de voz, los chistes o los gestos —que para otros resultan intuitivos— para ellos siguen siendo un misterio, o incluso algo amenazante. Esta falta de comprensión puede generar una confusión profunda y, a veces, una sensación de peligro: "Si no sé qué esperan de mí, quizá sea más seguro quedarme callado, esperar, imitar."
El niño no se siente libre de ser él mismo. Aprende —a menudo a través de reacciones sutiles o directas— que sus respuestas auténticas no siempre son bien recibidas. Así comienza un proceso de adaptación constante, no por elección, sino como protección. Es una defensa frente al rechazo, la burla o la sensación de no pertenecer. En este sentido, el masking no nace de la flexibilidad ni de la habilidad social, sino del miedo.
Es fundamental comprender que el masking no es fingir. No es una actuación superficial. Es, muchas veces, un intento profundo e inconsciente de protegerse, de formar parte del grupo, de evitar la humillación o la exclusión. Puede comenzar desde muy temprano, cuando el niño percibe —sin que nadie se lo diga directamente— que su forma natural de estar en el mundo no siempre es bienvenida.
Irónicamente, incluso los esfuerzos bienintencionados de padres o profesores pueden reforzar este proceso. El deseo de “darle herramientas al niño”, de enseñarle cómo hablar o comportarse en entornos sociales, nace de una preocupación legítima. Pero existe una línea frágil y dolorosa: si el niño recibe de forma constante el mensaje —aunque sea implícito— de que hay algo en él que necesita ser corregido, que solo será aceptado si se adapta, no solo aprenderá cómo comportarse: aprenderá a ocultar quién es realmente.
Y cuanto más se prolonga el masking, más profundo se vuelve el coste emocional. Los niños que lo realizan de forma habitual pueden parecer “funcionales” desde fuera: tranquilos, cooperativos, incluso sociables. Pero en casa, cuando la máscara puede caer, surgen estallidos emocionales, silencios, retraimiento o agotamiento. Estar con otros se convierte en un esfuerzo constante, en una actuación artificial y extenuante que a menudo conduce al aislamiento social y a la evitación de vínculos.
Pero quizás el precio más devastador del masking prolongado sea su efecto en la autoestima. Cuando una persona siente que solo es querida al mostrar una versión concreta de sí misma, empieza a temer —y con razón— que su yo verdadero no será aceptado en absoluto. Esto da lugar a una soledad profunda y dolorosa, incluso estando acompañada. Es la experiencia de no ser visto mientras te están mirando. La investigación muestra de forma constante una fuerte relación entre masking y depresión, ansiedad, baja autoestima e incluso pensamientos suicidas —especialmente entre niñas y mujeres autistas, quienes suelen practicar masking de forma más intensa y frecuente.
Por eso, al acompañar a un niño autista que desea encajar, no basta con preguntarse cómo enseñarle a comportarse, sino también por qué —y a qué precio. ¿Esta adaptación sirve realmente a su bienestar? ¿O simplemente facilita la comodidad de los demás? ¿Siente que lo quieren por ser quien es, o solo por lo que consigue ocultar?
Un enfoque terapéutico basado en la sintonía emocional y la aceptación no busca eliminar todo enmascaramiento, sino comprenderlo. Crea un espacio donde el niño (o adulto) no tenga que esconderse. Un lugar seguro para expresarse, moverse y estar —sin juicio. La máscara no se caerá de inmediato. En algunos contextos, quizá aún sea necesaria. Pero el solo hecho de saber que existe un lugar donde puede quitarse—aunque sea por un momento—es el inicio de la sanación.
El objetivo no es que el niño “encaje a cualquier precio”, sino que se sienta parte, sin perderse a sí mismo. Y lo más importante: ninguno de nosotros debería sentir vergüenza por ser quien es. Nadie debería vivir con el miedo de que su yo auténtico es inaceptable, indeseado o no digno de amor. El verdadero apoyo no le pide al niño que desaparezca; le ofrece un espejo que le dice: te veo, importas, tal como eres.




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