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Terapia Basada en la Mentalización (MBT) para madres y padres de niños en el espectro autista

  • Clinica León
  • 10 jul
  • 4 Min. de lectura

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Criar a un niño dentro del espectro autista suele ser un camino lleno de amor y cuidado, pero también de agotamiento, confusión y momentos de profundo dolor emocional. Muchos padres y madres se sienten, en algún momento, desconectados, impotentes, o como si estuvieran “haciéndolo mal” todo el tiempo. A veces sienten que su hijo no responde al amor como esperaban, que la comunicación se queda atrapada detrás de muros de silencio, estallidos de ira o encierro. Los niños en el espectro suelen tener dificultades para expresar su mundo interior. Su afecto puede ser más sutil. Sus crisis, más frecuentes. Sus necesidades, más difíciles de interpretar.


Esto puede dejar a los padres con una sensación persistente de fracaso — no solo como cuidadores, sino como figuras emocionales de referencia. Y esa sensación suele crecer cuando no hay comprensión, apoyo, ni el simple gesto humano de sentirse visto.

Es aquí donde la mentalización se convierte en una herramienta poderosa y sanadora.

Mentalizar es la capacidad de vernos a nosotros mismos y a los demás como seres con pensamientos, sentimientos e intenciones — incluso cuando no se expresan de forma directa. Para madres y padres de niños en el espectro, esta capacidad no siempre surge de manera automática. Cuando un niño grita o se cierra en sí mismo, el adulto puede sentirse rechazado, frustrado o incluso culpable. Pero la terapia MBT nos invita a hacer una pausa y formular una pregunta diferente: ¿Qué puede estar ocurriendo en la mente de mi hijo en este momento? ¿Qué podría estar sintiendo y no logra expresar? Y también: ¿Qué me está pasando a mí como madre o padre en este instante?


En lugar de etiquetar la conducta como “mala” o “problemática”, MBT promueve la curiosidad y la compasión. Reconoce que lo que a veces parece desobediencia o frialdad, puede ser, en realidad, confusión, sobrecarga sensorial o una necesidad urgente de conexión.

Por ejemplo, un niño que no quiere salir del coche al llegar a la escuela puede no estar siendo “terco”, sino estar abrumado por el ruido, inseguro ante lo que va a ocurrir, o simplemente sin recursos para hacer la transición mental. Un padre o madre que practica la mentalización podría decir: “Veo que hoy te cuesta entrar. Me pregunto si algo te resulta demasiado grande o da miedo.” Incluso si el niño no responde, la postura del adulto transmite un mensaje claro: Creo que hay una razón detrás de lo que estás sintiendo. Estoy aquí para entenderte, no para controlarte.


Esto no significa que la crianza se vuelva fácil, pero sí que ya no hay que enfrentar las dificultades desde la soledad ni desde la culpa. MBT ofrece herramientas para reflexionar en lugar de reaccionar — y con el tiempo, esa reflexión se transforma en resiliencia.

La mentalización no es un rasgo fijo, sino una habilidad que se puede aprender, practicar y fortalecer. En el proceso terapéutico, los padres aprenden a reconocer sus propios estados emocionales, a tolerar la incertidumbre y a mantenerse emocionalmente presentes ante el malestar de sus hijos. Esto fortalece todo el sistema familiar: mejora la comunicación, aumenta la seguridad emocional y se genera una conexión más estable y profunda.


MBT resulta especialmente beneficiosa en familias con niños que necesitan ayuda para comprender y regular sus emociones — niños que aún no saben decir “tengo miedo” o “necesito ayuda”. En esos momentos, el adulto se convierte en el traductor emocional del niño. Y al hacerlo, no solo lo acompaña a él — también recupera su propia calma y confianza.

Este enfoque terapéutico no solo aporta comprensión, sino también esperanza. Recuerda a los padres que no necesitan ser perfectos — solo necesitan estar presentes, ser curiosos, y estar dispuestos a mirar a su hijo con ojos nuevos. Porque es desde esa postura que comienza la verdadera sanación: no a través del control, sino de la conexión.


Así, la Terapia Basada en la Mentalización no se centra únicamente en el niño — es, ante todo, una terapia sobre la relación. Restituye al padre o madre su lugar de influencia emocional, de presencia sensible, de conexión humana profunda. Nos recuerda que la diferencia del niño no es un fracaso, sino una invitación a conectar de una forma distinta. Y esa conexión puede tomar forma, si estamos verdaderamente dispuestos a mirar y a sentir.


Esta es una terapia no juzgadora, en la que el terapeuta no se coloca enfrente del padre, sino a su lado. No hay notas para la “buena crianza” ni reacciones “correctas”. En cambio, el terapeuta crea un espacio seguro y compasivo, donde es posible pensar juntos, sentir juntos y enfrentar la complejidad como equipo. Es una propuesta profundamente humana, basada en la creencia de que el amor, la empatía y los vínculos sanos tienen un poder transformador. En ese espacio, el adulto también puede abrirse, compartir, fortalecerse — y a veces, en medio de las dificultades más grandes, nace un nuevo vínculo sanador entre el padre o madre y su hijo.


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