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La terapia emocional como vía esencial en el acompañamiento a niños en el espectro autista: un espacio para sentir, comprender y ser

  • Clinica León
  • 2 ago
  • 4 Min. de lectura

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La terapia emocional no es un complemento opcional en el abordaje de niños en el espectro autista. Es una piedra angular del proceso terapéutico. Más que un conjunto de técnicas o herramientas, ofrece un espacio seguro y central donde el mundo interno del niño —rico, complejo, a veces invisible— puede empezar a tomar forma, a ser comprendido y sostenido con cuidado. La terapia emocional no se limita a observar lo que un niño “hace”; se interesa por quién es, qué siente, y qué significa verdaderamente entrar en relación con él. Reconoce que el desafío principal muchas veces no está en una conducta “diferente” ni en la dificultad para socializar, sino en el dolor de no ser comprendido.


Es habitual —y a veces peligroso— malinterpretar la expresión emocional de los niños autistas. Cuando un niño no llora “como se espera”, no dice “estoy triste” o no verbaliza con claridad lo que le pasa, se corre el riesgo de asumir que no siente con profundidad o que sus emociones son “débiles” o incluso ausentes. Pero, en realidad, suele ocurrir lo contrario.


Muchos niños y adolescentes en el espectro sienten de forma intensa, profunda y constante. Pero no siempre cuentan con los canales expresivos que otros tienen. Tal vez no encuentran las palabras. O tal vez han aprendido, a base de experiencia, que expresar lo que sienten puede generar rechazo, confusión o incluso burla. Así que callan. Guardan dentro lo que les duele. Viven con emociones fuertes sin saber cómo compartirlas, y demasiado a menudo —solos.


Los estudios muestran con claridad que las personas autistas tienen un mayor riesgo de sufrir emocionalmente: depresión, ansiedad, sensación crónica de soledad, baja autoestima e incluso, lamentablemente, mayor presencia de pensamientos suicidas. No porque sientan menos, sino porque muchas veces no encuentran un entorno que acoja lo que sienten ni formas seguras de procesarlo. Por eso, la terapia emocional no busca “sacar” las emociones a la fuerza. Busca ofrecer un lugar donde puedan existir. Un espacio donde sentir no sea peligroso. Y eso no ocurre solo con palabras: ocurre también a través del juego, la imaginación, el cuerpo, el vínculo no verbal, y en ocasiones, a través de una presencia silenciosa pero profunda que transmite: Estoy aquí contigo, incluso si no hablas. Incluso si cuesta.


A diferencia de las intervenciones conductuales, centradas en lo visible y lo medible, la terapia emocional se dirige al fondo. Se pregunta no solo “¿Qué hace el niño?”, sino “¿Qué le pasa por dentro?”. ¿Por qué ese silencio? ¿Por qué ese movimiento repetitivo? ¿Qué hay detrás de ese estallido o de esa mirada esquiva?


Tomemos un ejemplo: un niño que empieza a girar sobre sí mismo nada más entrar en la sala de terapia. Desde una perspectiva conductual, tal vez se buscaría redirigir esa conducta hacia algo “más funcional”. Pero desde la mirada emocional, el terapeuta se detiene, observa con curiosidad, y se pregunta: “¿Qué le ofrece este movimiento al niño? ¿Le ayuda a calmarse? ¿A orientarse? ¿A controlar su entorno?” El terapeuta no interrumpe: acompaña. Se interesa. Y ese gesto, ya en sí, crea vínculo.


Esta forma de estar con el niño no ve la diferencia como un defecto a corregir, sino como un lenguaje a descubrir. La terapia emocional se basa en un enfoque de afirmación de la diferencia: no trata al niño como alguien “casi normativo”, sino como alguien completo tal y como es. El objetivo no es que “aprenda a parecerse a los demás”, sino que se conozca, que encuentre formas propias de expresarse, y que viva relaciones donde pueda sentirse reconocido.


La relación terapéutica en sí misma es transformadora. Es un espacio donde el adulto se adapta al niño, y no al revés. Donde no se exige al niño que cumpla expectativas sociales, sino que se le recibe tal como es. Para muchos niños autistas, esto es algo nuevo: una relación que no mide su valor por logros, sino por autenticidad. No se trata de “¿Lo hiciste bien?”, sino de “¿Pudiste ser tú?”


Y desde ahí, puede comenzar el verdadero trabajo emocional. El niño empieza a regularse no porque le enseñen a calmarse, sino porque alguien le acompaña en su desregulación. Empieza a entender lo que siente, no porque se lo expliquen, sino porque alguien lo vive con él. Tal vez, en lugar de decir “estoy triste”, aparta un objeto o deja de jugar. Y el terapeuta puede decir: “Quizá hoy algo pesa por dentro. Me quedo aquí contigo.” Aunque no haya respuesta, el mensaje llega: “No estoy solo. Alguien ve esto, aunque yo no sepa explicarlo.”

Para muchos niños en el espectro, este no es solo un tratamiento. Es una reparación emocional. Es sentir, por fin, que alguien les encuentra allí donde antes nadie llegaba.


Porque la terapia emocional es, en el fondo, una invitación


Una invitación a sentir lo que antes parecía demasiado. A expresar lo que no se podía decir. Y, sobre todo, a estar con alguien que no te pide que cambies, sino que te ofrece presencia. Una presencia que dice: No tienes que ser distinto para que te quieran. No hace falta hablar para que te escuchen. Ya eres suficiente.


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