Guía de visionado para Eduardo Manostijeras – Para madres, padres y terapeutas que acompañan a niños o adolescentes en el espectro autista
- Clinica León
- 17 jul
- 3 Min. de lectura

Ver Eduardo Manostijeras con un niño o adolescente en el espectro autista puede convertirse en mucho más que una simple sesión de cine. Puede ser una experiencia emocionalmente rica, una oportunidad para conectar desde el corazón, sin necesidad de convertirla en una lección o en un ejercicio terapéutico explícito. La historia de Eduardo —una figura tierna, distinta, con tijeras por manos— no es solo un cuento de fantasía. Es una narración profundamente humana sobre la diferencia, la necesidad de pertenencia, el deseo de ser querido, y el dolor de no ser comprendido por quienes nos rodean.
Antes de comenzar, puede ser útil situar brevemente la historia. Se le puede explicar al niño que el protagonista es alguien muy especial que vive solo y que quiere formar parte de la comunidad. También conviene señalar que, aunque el relato sea imaginario, los sentimientos que despierta son muy reales, y que muchas personas se han sentido alguna vez como él. Es importante asegurarse de que el niño esté tranquilo, no demasiado cansado, y de que el entorno de visionado sea acogedor. Y lo más importante: que sepa que estarás a su lado durante toda la película, incluso si no quiere hablar.
Durante la película, no es necesario guiar cada escena ni hacer demasiadas preguntas. A veces, simplemente estar sentados juntos, compartiendo miradas, respiraciones y silencios, ya es un acto profundo de conexión. Si surge de manera natural, puedes hacer alguna pregunta suave, como: “¿Cómo crees que se siente Eduardo en este momento?” o “¿Por qué crees que le cuesta tanto encajar con los demás?” Estas preguntas no son para evaluar ni para sacar respuestas “correctas”, sino para abrir un espacio de pensamiento y emoción. Pero si el niño prefiere no hablar, también está bien. El silencio compartido también comunica mucho.
Cuando termina la película, es recomendable no lanzarse inmediatamente a una conversación profunda. Muchas veces, las emociones necesitan espacio y tiempo para asentarse. Puedes decir algo sencillo como: “Esta historia me ha conmovido. Me pregunto qué has sentido tú.” Si el niño se queda callado, se va a su habitación o parece pensativo, no significa que no le haya afectado. Al contrario: está procesando. Y ese proceso puede durar horas o días.
En los días siguientes, preguntas pequeñas, en momentos cotidianos, pueden abrir puertas al diálogo emocional. No hace falta hacer una “charla formal”. Una sola pregunta durante la cena familiar, en la que cada uno da su opinión si quiere, puede ser suficiente. El niño puede optar por escuchar sin hablar, y eso también es valioso. A veces, escucharse reflejado en las palabras de otros es más sanador que tener que explicar lo propio.
Además, para los niños a quienes les cuesta expresar sus emociones con palabras, la creatividad puede ser un canal muy potente. Dibujar la casa de Eduardo, imaginar otro final, escribirle una carta con palabras que no se dijeron… todo eso permite procesar desde otro lenguaje, más simbólico, más libre. A través del juego, del arte o de la narración, emergen emociones que a menudo no encuentran salida en lo verbal.
Los terapeutas también pueden utilizar escenas seleccionadas de la película en sesiones con adolescentes, siempre con el consentimiento familiar. La figura de Eduardo puede servir como punto de partida para hablar de pertenencia, de diferencias, de regulación emocional, o del deseo de ser visto. Trabajar desde la distancia que ofrece un personaje de ficción puede facilitar que el niño o joven se exprese sin sentirse tan expuesto. Y el triángulo “yo – el personaje – el otro” puede convertirse en una estructura segura para hablar de lo que cuesta decir directamente.
Pero, al final, lo más importante no es lo que se diga después. Es el hecho de haber estado ahí juntos. De haber elegido ese momento. De haberle ofrecido al niño tu tiempo, tu mirada, tu atención completa. Es estar presente, incluso cuando el otro no habla. Es decir con el cuerpo: “Estoy contigo, incluso en lo difícil, incluso cuando duele, incluso cuando no sé qué decir.”
Esa forma de acompañar, suave y constante, es exactamente lo que Eduardo necesitaba, y lo que tantos niños y adolescentes en el espectro siguen necesitando: alguien que se quede. Que no se asuste por la diferencia. Que no quiera cambiarles, sino simplemente quererles como son.Cuando ofrecemos eso, no solo compartimos una película. Damos un mensaje que se queda mucho más tiempo: "Te veo. Importas. Así, tal como eres."




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