top of page

El poder del juego de roles en el desarrollo de habilidades sociales para niños en el espectro autista

  • Clinica León
  • 1 jul
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 6 jul


ree

Para muchos niños en el espectro autista —especialmente aquellos con buen nivel verbal— el mundo social puede sentirse como un mapa sin señales. Aunque pueden tener un pensamiento lógico excepcional y habilidades cognitivas desarrolladas, a menudo les resulta difícil interpretar las señales sociales, captar matices emocionales o reaccionar de forma adecuada en tiempo real. Una de las formas más efectivas, sensibles y humanas de acompañarlos en estos desafíos es el juego de roles: una herramienta flexible, creativa y profundamente conectiva para el aprendizaje vivencial.


El juego de roles ofrece un espacio seguro donde el niño puede entrar en una situación social sin la presión de “hacerlo bien” desde el primer intento. Puede detenerse, probar otra vez, ensayar —todo a su ritmo. Es, en muchos sentidos, un ensayo protegido para la vida real.

Y no se trata solo de aprender qué decir, sino también cómo decirlo: con qué tono de voz, con qué mirada, con qué lenguaje corporal. Los niños aprenden a reconocer emociones, a expresar sus necesidades, a entender las intenciones de los demás. Y, algo igualmente importante: aprenden por qué todo eso es significativo.

Más allá del aprendizaje, el juego de roles también es una actividad divertida. Se pueden incorporar disfraces, maquillaje, sombreros, personajes inventados e historias de fantasía. Estos elementos creativos no solo añaden humor y juego, sino que abren la puerta a una forma más libre de exploración emocional. A veces, precisamente al “ser otro”, el niño se permite ser él mismo con más autenticidad.

Para madres, padres y terapeutas, es también una oportunidad para entrar en el mundo interno del niño: ver cómo interpreta situaciones, cómo imagina a los demás y cómo expresa lo que siente. El juego construye una cercanía natural, un espacio de risa, conexión y espontaneidad.


Práctica teatral grupal: un escenario de expresión compartida


Cuando el juego de roles se realiza en grupo —como en un taller teatral para el desarrollo social—, los beneficios se amplifican. Los niños pueden ensayar múltiples papeles: el que pide jugar, el que pone límites, el que consuela. Con la guía de un adulto sensible, aprenden a turnarse, a leer señales no verbales, a responder con mayor flexibilidad emocional.

El uso de disfraces y maquillaje no es solo decorativo: permite entrar emocionalmente en los personajes. Un niño tímido puede sentirse más libre para hablar si lleva puesta una capa de superhéroe. Otro puede explorar la tristeza a través de un personaje que llora. La “cobertura” del personaje les da permiso para expresar emociones difíciles de forma indirecta pero significativa.

Por ejemplo, un niño que tiene dificultad para decir “no” puede interpretar a un personaje que necesita defender sus límites. Al sentirse apoyado por el grupo, puede vivir por primera vez la experiencia de poner un límite y ser respetado. Esto no solo es aprendizaje —es transformación.


Una experiencia reparadora de vínculo


Lo más importante en el juego de roles no es el guion, sino el vínculo. Cuando el niño se siente visto, no corregido… cuando su forma única de estar en el mundo es acogida con calidez… empieza a integrar el mensaje: “Yo estoy bien así como soy. Mi manera tiene sentido. Puedo pertenecer.” Esta seguridad emocional es el suelo fértil para que ocurra un aprendizaje real —no por exigencia, sino por conexión.

Esto es especialmente valioso cuando los adultos también participan. Un padre que se convierte en “el dragón malhumorado”, una terapeuta que interpreta “la señora distraída del supermercado” —están diciendo, sin palabras: “Estoy contigo, en tu mundo, y quiero entender cómo lo vives.” Esa presencia lúdica y empática construye confianza, y con ella, la posibilidad de abrirse al otro.


Un espacio para ensayar emociones sin juicio


El juego de roles ofrece al niño la posibilidad de probar, equivocarse, intentarlo de nuevo —sin que nada “malo” pase. Es una especie de “laboratorio social”, donde puede explorar desde la experiencia, reflexionar acompañado, y crear su propio repertorio emocional. Y, quizás lo más bello, es también un lugar donde se aprende empatía. Al interpretar tanto al que queda fuera como al que invita a jugar, el niño no solo adquiere conductas —sino perspectiva emocional.

Es esencial adaptar los escenarios al nivel emocional y social del niño, más allá de su edad cronológica. Un niño de 10 años puede seguir necesitando practicar cómo pedir ayuda o cómo responder a una burla, y eso está bien. Lo importante no es “hacerlo bien”, sino tener espacio para imaginar, sentir y crecer.

Ya sea en casa, en consulta o en un grupo pequeño, el juego de roles puede ser un puente hacia un mundo social que muchas veces resulta confuso o abrumador. Con constancia, flexibilidad y mucha calidez, esta herramienta puede transformar la inseguridad en confianza, la ansiedad en expresión, y la soledad en pertenencia compartida.


Comentarios


bottom of page